Es cosa de nostalgias de la infancia. Me recuerdo a mí mismo, muy niño, esperando las lluvias que siempre venían en la época de navidad. Era la necesidad de sentir el olor a tierra mojada, a cabello mojado, a manos mojadas en cara mojada.
A verme envuelto en un viejo impermeable verde con una raya amarilla, que por alguna razón me hacía sentir como un cocodrilito de metro treinta.
A mirar las gotas convertirse en corrientillas que se hacían más grandes e inundaban las calles de a pocos.
A caminar a saltos para no mojarme mucho los zapatos.
La lluvia de verano en Arequipa era saber que no podías salir al Centro a menos que tuvieras carro, porque caminar significaba mojarse en serio. Y algunos hacíamos eso precisamente para mojarnos en serio.
Recuerdo mi cara cubierta de agua, mi cabello mojadísimo y mis gafas empañadas.
Debía caminar mirando hacia abajo para poder mirar alguna cosa.
Recuerdo aún esas lluvias que lo mojaban a uno de pies a cabeza en dos minutos. Cuando teníamos que escondernos debajo de las mantas de sobrecama porque hacía frío. Y venían los relámpagos y truenos, y cortaban la luz; entonces nos sentaban delante de una cocoa caliente, con un libro de cuentos o una radio a pilas, y uno era niño y feliz por niño sin Nintendo Wii, ni PS3, ni Facebook.
Era uno feliz por niño y gracias a la lluvia.
Ahora las alegrías húmedas duran veinte minutos.
Pero estaba despierto para darme cuenta de la primera lluvia del verano en Arequipa.
Y de veras, para el cocodrilito de metro treinta es más que suficiente.
(La foto es de Jairo Baca Díaz, y fue originalmente publicada en el blog de Arequipa 35 mm)
(Este post contuvo una errate que ha sido corregida. ¡Horror!)
(Este post contuvo una errate que ha sido corregida. ¡Horror!)
No hay comentarios:
Publicar un comentario